miércoles, 3 de octubre de 2012

MAXIMILIEN DE ROBESPIERRE

(Arras, Francia, 1758-París, 1794)




Político y revolucionario francés. Primogénito de un abogado, quedó huérfano de madre a los nueve años. Poco después, su padre emigró a América, dejándolo al cuidado de unos parientes, junto a sus otros tres hermanos. Protegido por el obispo de su ciudad, estudió con una beca en el colegio Luis el Grande, donde tuvo como condiscípulos a Desmoulins y Fréron. Tras graduarse en derecho en París, en 1781 regresó a Arras, donde ejerció la abogacía. Afín a las ideas liberales y al pensamiento de Rousseau, criticó el sistema judicial y el absolutismo monárquico y abogó por los principios de libertad, igualdad y fraternidad. En abril de 1789 fue elegido diputado por el tercer estado de Artois en los Estados Generales y, venciendo su timidez, se reveló en la Asamblea como un elocuente y fogoso orador. Defendió la concesión de los derechos políticos a todos los ciudadanos, el sufragio universal y directo, las libertades de prensa y reunión, la educación gratuita y obligatoria y la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte. Su fama de hombre íntegro y de costumbres austeras le ganó el favor de las gentes, que comenzaron a llamarlo el Incorruptible. Durante el período legislativo afirmó su ascendencia en el Club de los Jacobinos, si bien su oposición a la guerra, por considerar que favorecía a la causa contrarrevolucionaria, lo enfrentó a los girondinos. Tras la insurrección de la Comuna en 1792, fue elegido miembro de la misma y desde ella promovió la sustitución de la Legislativa por la Convención, constituida finalmente el 20 de septiembre. Elegido diputado por París y convertido en uno de los principales dirigentes del partido de la Montaña, utilizó su tribuna para atacar a los girondinos y buscar su exclusión de la Convención, sobre todo después de la traición del general Dumouriez. Conforme se aceleraba el curso de la Revolución, defendió al Comité de Salvación Pública, del cual entró a formar parte en julio de 1793, y la institución de una dictadura para lograr la unidad de la República ante sus enemigos tanto extranjeros como interiores, así como también para afrontar la falta de recursos. Convencido de que el orden constitucional, al que aspiraba la Revolución, era distinto del orden revolucionario que debía llevar a él, instituyó el terror como mecanismo para construir una sociedad transparente y sana. Con este propósito eliminó a los «radicales» (hebertistas) y girondinos en marzo de 1794, con el apoyo de Marat y Danton, y en abril, a los «indulgentes», entre ellos el propio Danton, aunque no sin vacilaciones. Acumuló entonces todo el poder en sus manos, junto con Couthon y Saint-Just; en marzo, intentó una redistribución de las riquezas (decretos de Ventose) y trató de restaurar la religión como pilar del Estado y de la moral, para lo que estableció el culto al Ser Supremo, cuyo apogeo fue la fiesta del Ser Supremo, celebrada el 8 de junio. Ese mismo mes llevó todavía más lejos la represión, suprimió las últimas garantías procesales que les quedaban a los acusados e incluso amenazó la inmunidad de los diputados, lo cual le sustrajo sus principales apoyos, incluido el popular, muy afectado por las medidas económicas. Su posición y la del grupo que lo alentaba se convirtió en insostenible a partir del momento en que la situación militar de la República se consolidó, gracias a la victoria de Fleurus (26 de junio). Una alianza de opositores, entre ellos Carnot, Fouché, Tallien, Fréron y Billaud-Varenne, logró el control de la Convención, que ordenó su detención y la de sus más próximos partidarios. La sublevación de la Comuna en su favor no impidió su arresto –tras un fallido intento de suicidio de un pistoletazo– y su posterior ejecución en la guillotina el 28 de julio, 10 de Termidor, junto a Couthon y Saint-Just.

Citas: «Toda institución que no suponga que el pueblo es bueno y el magistrado corruptible, es viciosa.»


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